Ganarse la vida
Me gustan las novelas de Paul Auster, pero a veces me gustan más sus escritos de no ficción. Después de leer Experimentos con la Verdad y A Salto de Mata, uno tiene la impresión de que a los personajes de Auster les pasa exactamente lo mismo que a su creador, y que éste no hace más que cambiar nombres y contar las anécdotas de su universo extrañado. A unas historias las llama crónicas, ensayos o autobiografía; a otras, simplemente, novelas. Es como si una visión (una forma de atender la cotidianeidad, ciertas palabras usadas para contar ciertas historias) disolviese las barreras entre lo ficcional y lo real a través de un tono, un estilo, los mismos ingredientes al servicio del mismo propósito: la difuminación de las fronteras que separan lo estúpido de lo insondable, el día a día de los misterios cósmicos.(Coincidencia salpicada de causalidad, casualidad capaz de tentar a metafísica, fenomenología de una misma dinámica del mundo).
Pero no iba a comentar esto. Sólo quería dejar constancia, por si a alguien le sirve, de lo gratificante que es leer ‘A Salto de Mata. Crónica de una Fracaso Precoz’, la conflictiva relación de Auster con su vocación y el dinero. Los múltiples oficios alimenticios que emprendió con tal de reservar un espacio en su vida para la literatura constituyen una saga que no hace sino contrastar, aún más, lo raro del reconocimiento que ahora goza: traductor multipropósito, gacetillero de lo que venga, operador telefónico nocturno de la redacción del New York Times en París, “negro” literario de damas encaprichadas de la socialité, barrendero y cheff en un barco petrolero de la Esso, insólito creador de un invendible juego de naipes de béisbol, etc. Y el metálico como bien esquivo; ansiado pero odiado, buscado siempre con torpeza, encontrado sólo a manera de salvavidas, perdido las más de las veces. Ese tipo de ambivalencia es casi una marca registrada de la clase media; una angustia que encuentra equilibrio en la intermitencia, tan ajena a la próspera estabilidad burguesa y a la condena inmutable de la pobreza real.
Si quien lee es escritor o quiere serlo, y siente que se le va la vida pensando en el fin de mes, atribulado por encargos nimios, trabajos ocasionales que parecen venganzas de la indignidad, he aquí la crónica que lo puede poner todo en perspectiva, que puede hacer más manejable eso que parece una subvida. Claro, no habrá que esperar una lección de esta fábula, ni siquiera es recomendable caer en la inocencia de pensar que el éxito inesperado, la lotería del aplauso universal, le puede estar reservada realmente a uno. A lo más, un tanque de oxígeno cuando el clima interno pasa a ser opresivo, un recordatorio de que lo más importante que se puede hacer con una vocación es creer en ella e intentar llevarla hasta el final.
La recomendación:
El aficionado a Auster tiene una gran obra a la cual aferrarse. Obviamente La Trilogía de Nueva York, La Invención de la Soledad, El Palacio de la Luna y los imperdibles Experimentos con la Verdad. De lo último, La Noche del Oráculo. Para el piqueo, la antología de cuento corto norteamericano de escritores amateur, concurso convocado por él mismo a través de la radio, Creí que mi Padre era Dios.
La cita:
Al recordar ahora esa época, me veo reducido a fragmentos. Numerosas batallas se libraban al mismo tiempo, y partes de mí mismo, disgregadas por un ancho campo, luchaban cada una con un ángel diferente, con un impulso diferente, con una idea diferente de quién era yo. Eso me llevaba a veces a comportamientos totalmente inusitados. Me convertía en alguien que no era, intentando llevar otra piel durante una temporada, imaginando que me había reinventado.